miércoles, 6 de mayo de 2020

Manizales ciudad de Ferias


Por: Aníbal Valencia Ospina




Cual Manola, ataviada con mantilla

Manizales, ciudad de nieves y oros

lleva al pecho, claveles reventones

para adornar, la fiesta de los toros.

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La heráldica hidalguía del Quijote

lleva en su sangre altiva y soñadora

del Quimbaya, el indómito carácter

y de paisas, la mente soñadora.

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Sobre un agreste pico, de los Andes

las torres de su fe, levantó airosas

para mostrarle al mundo, lo que pueden

hacer unidas, gentes orgullosas.

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De esmeralda y rubí formó con arte

un jardín, de cafetos aromados

y una corona, de cristal y plata

con los hielos del Ruiz, para sus hados.

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Es orgullo de Caldas y Colombia

sus mujeres, son bellas y virtuosas

los hombres hacen, con sus manos rudas

del progreso y la paz metas honrosas.

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Es época de ferias y en la plaza

el sol pinta, de gualda los tendidos

en contraste feliz, con los luceros

de los negros ojazos, encendidos.

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Se oye un clarín y la paciencia explota

los oles ensordecen, el ambiente

mientras los diestros, en perfecta fila

visten de luces, el albero ardiente.

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Llegan pausados, ante el palco de Usía

reverentes, se quitan las monteras,

lanzando luego, sus capotes finos

al balcón, adornado de morenas.

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Luego se abre, la puerta de los sustos

y por ella, veloz sale a la arena

un DosGutiérrez, de afilados cuernos

que hace temblar, el alma más serena.

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Sale el diestro de turno y va a su encuentro

desplegando, el capote con salero

y al embestir el Miura, el gran artista

mil abanicos, borda en el albero.

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Otra vez el clarín, lanza su diana

y sale un picador, sobre su jaca,

lo mira el toro y en veloz carrera

del noble equino, contra el peto arranca.

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Recarga, sus riñones de fiereza

el negro bicho, demostrando brío

el rudo pico, entre las carnes se hunde

como una aguja, de cristal bruñío.

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Muge la res y en su furor salvaje

una y mil veces, a la bestia ataca

y hace que retroceda, temblorosa

cuando al jinete, de su silla saca.

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Hombre y jaca, a la vez caen a la arena

un grito de terror, llena la plaza,

peones y diestros, con prestancia acuden

para burlar, la taurinesca chanza.

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Nuevamente timbales y clarines

el tercio cambian, de la magna fiesta,

mientras sale el piquero, en su caballo

tinta de sangre, la amarilla testa.

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Está quieto, en el centro del anillo

el bravo toro, de negror vestío,

mientras que avanza, majestuoso y lento

un rehiletero, audaz y muy sabio.

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Banderillas en lo alto y paso a paso

hacia el toro, valiente va llegando,

mientras escarba, muge y se revuelve

lanzándose por fin, casi rabiando.

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Las clava sobre el morro, ensangrentado

quedando un abanico, desplegado,

mientras la gente, delirante aplaude

esa suerte feliz, que ha saboreado.

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Se satura, el ambiente del albero

con olores de ron y manzanilla

mientras se abre, una pausa en la faena,

y se prende, una rosa en la mantilla.

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Otra vez, las trompetas estridentes

han ordenado, el cambio de la suerte,

y el matador, con respetuosa venia

solicita permiso, al presidente.

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Brinda a la gente, que su gesto aplaude

y al ruedo lanza, su montera negra,

monta los trastos, de matar y entonces

al mortal enemigo, se le entrega.

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Pases de pecho y pases de muleta

derechazos, templados naturales,

va bordando, en preciosa filigrana

en la historia, ferial de Manizales.

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La muerte, con sus dedos descarnados

la vida quiere, para sí del diestro,

cuando en lance fatal, el toro prende

de su cuerna asesina, al fiel maestro.

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Un rugido de horror, en las gargantas

sacude fuerte, al sorprendido coso,

más la calma, regresa prontamente

cuando el torero, se levanta airoso.

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Vuelve a la carga, con sin par denuedo

enloquecido, el sin igual esteta,

y borracho de aplausos y ovaciones

monta por fin, su espada y su muleta.

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Un silencio de muerte, invade el aire

cuando el diestro, se lanza sobre el miura,

y en volapié perfecto y pinturero

la espada mete, hasta la empuñadura.

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Está herido de muerte, el DosGutiérrez

temblando retrocede, hasta las tablas,

y en agónica lucha, con la vida

cae fulminado, en las arenas blancas.

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Los balcones, se cubren de pañuelos

sombreros cordobeses, caen al ruedo,

y las niñas, de labios sonrosados

le lanzan en claveles, sus anhelos.

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En las manos sangrantes, las orejas

el torero exhibe, como gran trofeo,

y la Perla del Ruiz, siempre galante

su perfil graba, en áureo camafeo.

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Así es la estampa, de esta hermosa tierra

monacal, taurina y laboriosa,

donde el tiempo, eterniza las faenas

y coloca un diamante, en cada rosa.

Este poema de Anibal Valencia Ospina, de Aguadas (Caldas), escrito en enero de 1974, aparece en el libro Anibal Valencia Ospina su vida su obra. Cultura aguadeña: su historia, sus personajes, sus instituciones.


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